La vacuna

29/10/2020
Una vacuna segura y eficaz contra el coronavirus en tiempo récord. Miles de científicos trabajan con ese propósito en todo el mundo. Condensan en meses lo que en condiciones normales requeriría años de investigación.  

Su empeño representa nuestra esperanza en este tiempo de ruinas. Hace unas semanas escuché en televisión que un científico estaba realizando ensayos en su propio organismo. Como un acto reflejo, pensé en Julián de Zulueta, a quien los dayak de la isla de Borneo llamaron Tuan Nyamok (el señor de los mosquitos) cuando vivió entre ellos en 1953.

Epidemiólogo de la OMS, Zulueta desarrolló una intensa carrera dedicada al estudio de la malaria, una enfermedad causada por un parásito, de ahí el sobrenombre. Durante cuatro décadas pasó por una veintena de países de tres continentes. En su lucha por erradicar la enfermedad llegó a inoculársela a sí mismo.

Zulueta fue también alcalde de Ronda entre 1983 y 1987. Sus compañeros socialistas le recuerdan como un ecologista convencido. Defendió un modelo de gestión integral del agua, creó la empresa municipal de recogida de residuos, abrió la primera escuela-taller de la ciudad e impulsó la llegada del Parador de Turismo. Murió hace cinco años, pero su figura llevaba décadas sumergida en el mar de la desmemoria.

Pasa frecuentemente con aquellas personas extraordinarias que dedican su tiempo a mejorar la vida de los demás. Con sus luces y sus sombras, pero siempre afanados en la causa común. Podría hilvanar aquí una larga lista de hombres y mujeres de la serranía que emplearon todas sus fuerzas para transformar su pueblo. De una orilla y de otra.



Dedicarse a lo público es, de alguna manera, cruzar el Rubicón. Muchos de ellos lo hicieron cuando pensar o reunirse constituía un delito. Épocas grises en las que nuestros protagonistas se jugaron el tipo diseñando un futuro mejor para su tierra y su gente. Algunos ya no están. Los más afortunados fueron homenajeados con una calle después de dejarnos. Otros permanecen en el ostracismo.

No se me ocurre ninguna tarea más noble que dedicar tu vida a mejorar la de los demás. A veces, solo caemos en la cuenta de la inmensa labor que ha realizado una persona cuando nos deja. Es la impresión que me he llevado esta semana con la muerte de Juan Antonio Márquez, primer alcalde democrático de Arriate.

Hace años que aparcamos su figura en ese lugar en el que se abandonan las cosas que ya no sirven. La vida se nos va, los hombres pasamos, pero las causas sobreviven.

Márquez era un hombre bueno, culto y honesto al que sus principios inquebrantables arrojaron a un limbo político. Su tarea no fue fácil. No consistió en el simple cambio de testigo de una legislatura a otra, fue mucho más. Significó darle la vuelta al calcetín, cambiar de régimen. Y lo hizo de la mano del PCE. Abrió las ventanas del Ayuntamiento, le quitó las telarañas, modernizó la gestión y democratizó la vida municipal.

Visto con perspectiva histórica, supuso una misión de alto riesgo. Aún así, tengo la sensación de que nunca le agradeceremos lo suficiente su compromiso. Como con otros muchos de nuestros gobernantes, hoy en el ocaso de su vida.

Sería maravilloso organizar un reconocimiento público a su labor antes de que sea demasiado tarde. Pero por desgracia, aún seguimos sin vacuna contra la desmemoria.
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